Como actor , el Teatro Guimerá posee un triple significado: en primer lugar, como tradicional templo pagano de las Artes Escénicas, esta singular y bella caja a la italiana representa un lugar de obligada visita en las noches de representación, cuando la sociedad santacrucera viste galas ante sus cómicos; es, además, historia personal, pues aquí encarné el personaje de Manelich, protagonista del drama Tierra Baja, del autor tinerfeño que da nombre a este teatro: Ángel Guimerá; y, por último, pero no por ello, de menor importancia, he incluido la placa que sirve de justo homenaje a uno de las artistas más prolíficos y humanos que Santa Cruz de Tenerife y toda Canarias ha tenido el honor de contar entre los suyos: Fernando H. Guzmán. Este director de cine y teatro, dramatugro, narrador, poeta... ha dignificado y hecho más hermosa, si cabe, la humilde labor de todos aquellos que, como yo, pudimos conocerle y trabajar con él. Un maestro, y una gran persona.
Nótese que Don Ángel mira de soslayo hacia el lugar de obligada asistencia entre actos para el público sediento o con el apetito despierto de su teatro: la cafetería Cervantes. Porque, ¿quién podría aguardar frente a las puertas del corral de comedias capitalino, sino el insigne autor del Hidalgo de la Triste Figura? En el interior de esta cafetería, y colgados de las paredes, el visitante no debe dejar de ojear los retratos firmados de cómicos conocidos que han visitado nuestro teatro.
Amantes de Calderón y de Lope, admiradores culpables y confesos de Shakespeare, y lectores añorantes de la dramaturgia contemporánea (desde Chejov, Ibsen, Stringber, Sastre, Camus, T. Williams, A. Miller, José Luis A. de Santos...) podemos esperar ese abrazo amistoso con estos autores en la oscuridad cómplice del seno materno que es todo teatro. Y el Teatro Guiméra nos esperará para arrancarnos lágrimas de mar, o sonrisas de payaso.
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